jueves, 7 de febrero de 2013

Monterrey abriste tus puertas...


He querido compartir un poco de lo que fue mi viaje relámpago a la ciudad regio-montana de Monterrey. Estuve este fin de semana pasado, el cual, a pesar de haber sido fugaz y con motivos no tan claros, fue uno de los mejores viajes de mi vida.

Todo había comenzado siendo un sueño, una hipótesis y una invitación de los miembros de la empresa en la ciudad regia. El plan estaba, tenía la intención de conocer las instalaciones de la empresa, tenía la invitación de los jefes y colegas. Diana y Eliud, dos grades chicos trabajadores y honestos que me brindaron la oportunidad de poder crear esa ilusión de visitar esta ciudad que no conocía y que es de las más grandes e importantes de mi país.  

En medio de los problemas que se suscitaron estas últimas semanas, provocaron que yo alcanzara un punto de tensión, estrés y miedo que me estaba provocando una depresión y soledad no tan sana. La noche del jueves recibí una llamada que me cambió el piso sobre el cual estaba, se movió todo lo que conocía como paz, como mi mundo, mi seguridad. Tuve que salir de aquí. Estar en la Ciudad de México y sentirte solo no es la mejor sensación que alguien pueda vivir. Es gracioso que a pesar de haber pasado tantos años en Europa  y estando tan lejos de mi país, cultura y familia, jamás me sentí tan solo como esa noche me sentí. Decidí irme, salir, olvidarlo todo, dejar atrás tanto dolor, decepción, miedo…

Hubo quien quiso sabotear este viaje, pero no lo logró. Salí la noche del viernes 1º de febrero, a las nueve de la noche con rumbo a lo desconocido, con rumbo a una ciudad  “peligrosa”  y con la única esperanza de sentirme mejor.  Al subir al bus, las lágrimas no esperaron, salieron como una explosión de furor, de miedo; sentí como si estuviera viendo mi vida renacer, como si me hubiesen sacado del agua mientras me estaba ahogando. Necesitaba un abrazo,  no lo tuve… salir de la ciudad escuchando música y ver cómo es tan egoísta el mundo y cómo puedes estar tan solo rodeado de millones de personas.

No sé cómo lo logré, pero me dormí, un sueño profundo que solo se vio alterado a las ocho de la mañana cuando abría mi ventana y veía las grandes montañas y cerros que caracterizan tanto al norte de mi país. Llegué a Monterrey bien, a tiempo, temprano y esperé a que pasaran por mí. Llegaron treinta minutos tarde, pero me sentía seguro, sabía que alguien pensaba en mí, alguien vendrá por mí. Llegó finalmente Eliud, un chico súper atento, cálido y generoso, alguien a quien me alegro de haber conocido y de que se haya convertido en mi confidente, mi amigo y compañero ese fin de semana. Pasear por la ciudad, conocer los lugares más encantadores, la comida más deliciosa y la gente más atenta… la verdad que cada momento lo guardo en mi corazón. 



La angustia volvió la mañana del domingo,  desperté del sueño, de la fantasía y sabía que debía volver a la ciudad que tanto me asustaba, vencí ese miedo al regresar, pero debo confesar que aún hay cosas que no logro entender de mi  vida en estos momentos. Sé que las cosas se aclararán con el tiempo. Yo no desespero. Estoy volviendo a encontrar el equilibrio que necesito para estar bien.

Quizás no estoy dando muchos detalles de mi viaje, como el canal de Santa Catarina, el café,  los tamales, las tradiciones, el cabrito, etc. Son muchos detalles, pero que solo guardo yo y las personas que me bridaron una mano ese fin de semana. Lo mejor fue conocer a un gran ser humano, un alma autentica, sencilla y con un gran corazón, al cual le debo que me haya devuelto la sonrisa y hacerme sentir tan especial en medio de mi soledad y aislamiento.

Gracias Eliud, tu sencillez y tu sonrisa me hicieron sentirme vivo otra vez.

Gracias Monterrey, eres una tierra sobre el cielo.

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